Cuando el hijo de un rico hombre de negocios lleva a su anciano vecino a una celebración del Día del Padre en lugar de a su papá, el colegio estalla en murmullos. Lo que sigue es una conmovedora lección sobre el verdadero significado de la paternidad que cambia a su familia para siempre.
Mike vivía en una mansión que parecía tenerlo todo, desde suelos de mármol que brillaban bajo arañas de cristal hasta una piscina que resplandecía de azul por la noche e incluso habitaciones tan numerosas que aún no las había explorado todas.

Tim, el padre de Mike, dirigía una exitosa empresa tecnológica que le mantenía lejos de casa. Cuando estaba en casa, pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en su despacho con el teléfono pegado a la oreja o con los ojos fijos en la pantalla del portátil mientras revolvía papeles.

“Papá, ¿quieres ver mi proyecto de ciencias?”, preguntó Mike una tarde, asomando la cabeza en el despacho.
Tim apenas levantó la vista. “Ahora no, Mike. Estoy en una llamada con Tokio. Un gran asunto en la línea”.
Los hombros de Mike se desplomaron al cerrar la puerta.

Aquello no era nuevo. Su padre se perdía partidos de béisbol, recitales de piano y reuniones de padres y profesores.
Unos minutos después, su madre, Christine, lo encontró sentado en la gran escalera. Se sentó a su lado y le rodeó los hombros con un brazo. Supo lo que le pasaba casi instintivamente.
“Tu padre te quiere mucho, cariño”, le dijo suavemente. “Sólo está muy ocupado con el trabajo para que podamos tener todas estas cosas maravillosas”.

Christine suspiró. Nada de lo que dijera llenaría el vacío del corazón de su hijo.
Con su padre siempre ausente, Mike empezó a pasar más tiempo fuera de la mansión. Salía en bicicleta por el barrio después del colegio, buscando formas de llenar las horas solitarias que precedían a la cena. Así fue como conoció a Tony.
Tony vivía en una casa pequeña y desgastada al final de la calle, que debía de estar allí incluso antes de que se construyeran todas las casas lujosas de los alrededores. A sus 67 años, tenía las manos ásperas por los años de carpintería, y la ropa estaba gastada pero limpia.

Lo que hizo que Mike detuviera su bicicleta aquel primer día no fue el aspecto de Tony, sino el ladrido procedente de su patio.
El chico se asomó a través de la valla y vio varios perros de distintos tamaños correteando. Tony estaba sentado en una silla, lanzándoles golosinas.
“Hola, jovencito”, saludó Tony tras fijarse en Mike. “¿Quieres conocer a la pandilla?”.
Mike sonrió, dejó la bici en el césped cubierto de maleza y entró. “¡Claro!”.

Desde aquel día, el chico visitaba a Tony casi a diario. El viejo carpintero no tenía cosas lujosas, pero tenía algo más valioso: tiempo.
Escuchaba las historias de Mike sobre la escuela, le enseñaba a construir casitas para pájaros en su pequeño taller y le presentaba a cada uno de sus perros rescatados.
“Éste es Buddy”, dijo Tony aquel primer día, acariciando a un labrador de tres patas. “Lo encontré atado a un contenedor. El veterinario quería sacrificarlo, pero míralo ahora. Es el perro más feliz del barrio”.

Todos los días, Mike observaba asombrado cómo Tony medía cuidadosamente las raciones de comida para cada perro. “¿No te cansas de cuidar a tantos?”, se decidió por fin a preguntar.
Tony se rio, con los ojos arrugados en las comisuras. “¿Cansado? Claro, pero ¿merece la pena? Siempre. Sabes, Mike, dedicar tiempo a alguien que lo necesita nunca es un desperdicio”.
Aquellas palabras se le quedaron grabadas a Mike y resonaban en su mente cada vez que veía la silla vacía de su padre en la cena.

Meses después, el colegio privado de Mike anunció una celebración del Día del Padre. Los alumnos debían actuar y presentar a sus padres en el colegio.
Christine encontró el folleto del evento en la mochila de Mike y se le rompió el corazón al pensar que su hijo no les había dicho nada al respecto. Así que esperó a que se fuera a la cama aquella noche para acercarse a Tim en el despacho de su casa.
“Tim, tenemos que hablar de la celebración del Día del Padre que va a hacer el colegio de Mike”, le dijo, dejando el folleto sobre su mesa.
Tim apenas levantó la vista de sus documentos. “¿Qué día es?”.