Nunca esperé volver a ver a Jacob, mi ex prometido, y menos como un mendigo en Central Park. Enfrentarme a él me descubrió una traición espantosa que me hizo cuestionarme todo lo que sabía sobre mi pasado y las personas en las que más confiaba. “Venga, Nina, un trozo más de pizza antes de irte”, insistió mi viejo amigo Eric, mostrando su característica sonrisa. “Ni hablar -reí-, tengo que coger un vuelo. Y un paseo por Central Park que hacer, ¿recuerdas?”.
Eric puso los ojos en blanco, pero me hizo un gesto para que me fuera. “Vale, pero te arrepentirás de haberte perdido otro trozo de auténtica pizza neoyorquina cuando estés de vuelta en el viejo y aburrido San Luis”, bromeó.Me reí, lo abracé y me dirigí a Central Park, saboreando lo último de mi nostálgico viaje. Nueva York siempre tenía una forma de hacerme sentir tan viva, pero también me recordaba de algún modo a Jacob, y en aquel momento tenía un extraño presentimiento sobre él.
El fin de semana había sido un torbellino. Me pasé horas deambulando por las boutiques del SoHo, derrochando en vestidos de diseño y accesorios extravagantes. El olor a cuero de los bolsos de lujo aún permanecía en mi mente. El almuerzo en una cafetería de moda, donde me deleité con una tostada de aguacate que sabía a gloria, fue un momento culminante. Cenar en un elegante restaurante de azotea con Eric, con vistas a las luces de la ciudad, había sido la forma perfecta de terminar mi día. Nueva York era un festín para los sentidos, un lugar donde podía perderme entre la multitud y los sabores.
Habían pasado ocho años desde el desastre del día de mi boda. Estaba en paz con ello, o eso creía. Eso fue hasta que lo vi.Allí estaba, en un banco, parecía un fantasma del pasado, despeinado y suplicante. Se me paró el corazón. ¿Podría ser realmente Jacob, mi prometido perdido hacía mucho tiempo? Tenía que saberlo. Caminamos hasta una cafetería cercana, el incómodo silencio que reinaba entre nosotros crecía a cada paso. Pedí dos cafés y un par de hamburguesas, mirando a Jacob, que parecía ensimismado.
Le entregué su taza y nuestros dedos se tocaron brevemente, provocándome una sacudida de recuerdos. Volvimos al parque, encontramos un banco bajo un gran roble y nos sentamos, con la ciudad burbujeando a nuestro alrededor.Jacob respiró hondo. “Dos horas antes de nuestra boda, unos hombres vinieron a mi habitación. Dijeron que los había enviado tu padre”. “¿Mi padre?”, repetí, sorprendida.
“Sí”, continuó, “me llevaron, me golpearon hasta que no pude recordar nada. Acabé vagando, y ahora… esto”. Lo miré fijamente, con una mezcla de incredulidad y compasión. “¿Estás diciendo que mi padre hizo esto?”. “Eso es lo que estoy diciendo”, respondió Jacob, con los ojos suplicándome que le creyera. Sacudí la cabeza, intentando procesarlo todo. “¿Te pegaron y luego qué?”.”Me golpearon hasta que no pude recordar nada. Me desperté en un hospital, magullado y desorientado.