Cuando mi esposo se marchó justo después del diagnóstico de autismo de nuestro hijo, pensé que lo peor ya había pasado. Pero un mes después, volvió con abogados. Y la razón por la que quería la custodia completa casi me dejó sin aire.
Cuando mi hijo cumplió cinco años, supe que no sólo le disgustaban los juguetes como a los demás niños. Liam era autista.
Y así, sin más, nuestra vida “normal” se resquebrajó por la mitad.
“¿Y eso qué significa exactamente? Como… ¿que no hablará en absoluto?”.
“Significa que ve el mundo de forma diferente, Sra. Carter. No es una enfermedad. Es un espectro”.

“Espectro, claro… Bueno, nos ocuparemos de ello. He leído blogs. Somos padres proactivos”.
Mi esposo, Chris, no dijo ni una palabra. Se limitó a mirar una mancha de agua en el techo como si pudiera ofrecer un diagnóstico diferente. Ni una pregunta. Ni siquiera un parpadeo. Ése debería haber sido mi primer aviso.
En casa, Chris desapareció en su despacho. Liam alineó en silencio sus animales de juguete sobre la alfombra, clasificándolos por colores.
Rojo-rojo-rojo-azul. Rojo-rojo-azul. Una y otra vez.

Me senté a su lado y empujé un dinosaurio verde hacia la fila equivocada. Liam frunció el ceño, lo ajustó y continuó.
“Vale, vale. Lo siento, jefe”.
Amaba a aquel chico con cada parte exhausta de mí.
Incluso cuando gritaba porque vertía zumo en el vaso equivocado.
Incluso cuando no sabía decir “mamá”, pero conocía el nombre de todos los planetas.

¿Y mi esposo? A Chris le encantaba la estructura. La lógica. El control. Nada de lo cual vivía ya en nuestra casa.
Una noche, Chris se sentó frente a mí.
“Sólo necesita tiempo, ¿verdad?”.
“Dicen que los chicos son más lentos”, murmuré. “No hablaste hasta los tres”.

“No es lo mismo. No agitaba las manos cuando alguien encendía la batidora”.
“Son cosas sensoriales. No sé”. Parpadeé mirando a Chris. “Quizá deberías intentar estar aquí, con él”.
Pero empezó a pasar más noches “con amigos“.
“Mi amigo necesita apoyo”, explicaba Chris cada vez.
“¿Y ese apoyo viene con bourbon en el aliento a las dos de la madrugada?”.

“No empieces, Julia. Estoy bajo presión”.
Siempre estaba bajo presión. Mientras tanto, yo estaba bajo Liam. Bajo los horarios. Bajo la colada. Bajo el agotamiento.
Pero aquel día, el día en que todo se rompió, estaba en la cocina doblando la colada cuando oí crujir una puerta.
El silencio. Luego el crujido del papel. Luego Chris gritó.

“¡Liam! ¡No! Sal de ahí!”.
Dejé caer las toallas y corrí hacia el despacho de Chris. Liam estaba de pie en medio de la habitación, sosteniendo unas hojas de papel, con los ojos muy abiertos. El cajón del escritorio estaba abierto. Había hojas esparcidas por el suelo.
Chris se acercó furioso y arrancó los papeles de las manos de Liam.