Quedé atrapada en un país extranjero y mi única forma de volver a casa era con el exesposo de mi hermana – Historia del día

Agotada por el trabajo y haciendo de terapeuta de mi desconsolada hermana, compré un billete de avión al azar sólo para volver a respirar. México prometía evasión – hasta que subí al avión… y me encontré con el único hombre al que no quería volver a ver: su exesposo.

 

Tras el turno más largo de mi semana, me arrastré a casa como si llevara ladrillos a la espalda. Cada paso era como caminar sobre un barro espeso.

Me ardían los ojos de estar todo el día mirando una pantalla y sentía que la parte baja de la espalda se me iba a romper.

Las ojeras parecían más moratones que signos de cansancio.

Ni siquiera me molesté en encender las luces. Me descalcé en la puerta, dejé el bolso en la mesa del pasillo y me dirigí lentamente al baño.

Me incliné sobre el lavabo y me miré en el espejo.

Solo con fines ilustrativos | Fuente: Sora

Lo que me miraba no era yo – era otra persona. Alguien mayor, alguien abatido por la vida.

Mi piel parecía pálida, sin vida. Mi cabello, recogido en un moño suelto, tenía trozos que sobresalían como alambres enfadados.

Mis ojos parecían los de alguien que no había dormido en semanas.

“Una flor marchita”, susurré a mi reflejo.

Abrí el grifo, me eché agua fría en la cara y respiré hondo. Luego otra.

Forcé las comisuras de los labios para esbozar una sonrisa. La sonrisa no llegó a mis ojos.

No había tiempo para la debilidad. Ahora no. No con ella aquí.

Solo con fines ilustrativos | Fuente: Sora

“Estoy en casa”, dije, lo bastante alto para que se oyera por el pasillo.

Lo oí desde el dormitorio – el sonido al que me había acostumbrado. Resoplidos. Suave, entrecortado. Como un globo que suelta la última gota de aire.

Jolene apareció en el pasillo, envuelta en mi vieja bata de franela, con los ojos rojos e hinchados.

Tenía un pañuelo de papel arrugado en la mano. Su rostro parecía cansado. No cansado como el mío, de trabajo y estrés. Tenía el cansancio de un corazón roto.

“Hola”, le dije suavemente.

Solo con fines ilustrativos | Fuente: Sora

Asintió con la cabeza y se limpió la nariz. Hacía días que su voz había desaparecido, engullida por la tristeza.

Hacía un mes que se había mudado. Un mes entero viviendo en mi habitación de invitados.

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